martes, 9 de abril de 2013

Pobreza institucional: Cruzada contra el hambre.

Vía @Serxiuxo

El Censo de Población y Vivienda 2010, realizado por el INEGI, contabilizó 112 millones 336 mil 538 habitantes en el país. Aproximadamente, el 50% de la población vive en pobreza, patrimonial le llaman los expertos; es decir, más o menos, 57 millones de personas no obtienen ingresos suficientes para comprar alimento y vestido, ni para inversión de servicios básicos y educación. 57 millones, carajo. De esos, 21 millones viven en pobreza extrema, alimentaria dicen otros, pues no obtienen ingresos suficientes para adquirir la canasta básica de alimentos. 

Las entidades más marginadas del país, según el CONEVAL, son Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Puebla y Zacatecas. Los menos, Nuevo León, Coahuila y el Distrito Federal. 

La pobreza, como hecho social, no requiere caridad para disolverse. Por ello, los programas sociales, las cruzadas contra el hambre, las donaciones y brigadas son, fundamentalmente, vacilaciones y actos de proselitismo, no estrategias orgánicas para su erradicación. La pobreza es un problema económico, cuya solución y consecuencias también lo son; elemental. Ésta, es la escasez de recursos para satisfacer las necesidades básicas; es decir, la desposesión de medios de producción y herramientas de trabajo que permita obtener recursos para la satisfacción de necesidades; es un residuo histórico, no el resultado fallido de la ejecución del poder político, a través de equívocos programas y modelos económicos, de un determinado estado de bienestar. 

La pobreza no se reduce con fundamentos políticos porque, carajo, es un problema económico. 

La pobreza, y su saneamiento, no están en manos de don Enrique Peña Nieto y su cruzada contra el hambre. 

Ni en manos de doña Rosario Robles, Secretaria de Desarrollo Social. 

Ni en manos de los convenios gubernamentales con la inversión privada caritativa. 

Ni en manos del Instituto Politécnico Nacional, instrumento público de todas las gestiones priístas, y sus brigadas de servicio social comunitario. 

Ni en manos de don Azcarraga y su Fundación Televisa. 

Ni en manos de don Carlos Slim, don Ricardo Salinas o don Lorenzo Zambrano. 

Ni en manos del reaccionario, espantoso y espantado PAN. 

Ni en manos de don Miguel Mancera. 

Ni en manos de Morena. 

Ni en manos de Marcos. 

La pobreza, sin embargo, es relativa. 

Ya lo dijo Karl, el economista. En la producción social de su vida, históricamente, los hombres hemos establecido determinadas relaciones de trabajo que corresponden a cierta fase de desarrollo de nuestras fuerzas productivas. El conjunto de éstas, forma la base económica sobre la que se erige la superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia colectiva. Nuestro acercamiento, entendimiento y concepción social de las formas de autoridad política y religiosa están, fundamentalmente, subordinados por nuestra condición y actividad económica. 

La pobreza, también, es absoluta. Financieramente per cápita. 

El problema de la pobreza es el contenido material de la estructura económica, la colisión de las fuerzas de trabajo. La percepción de la clase política, y sus remedios, son, precisamente, consecuencia de la sustancia de trabajo del país. La pobreza que las instituciones, públicas o privadas, y sus actores pretenden combatir es, demagógicamente, institucional. Sin embargo, las consecuencias de la pobreza son tan abundantes que, entonces sí, produce problemas en otras materias. Educación, inseguridad, enajenación y fanatismo, por ejemplo. 

Así, la comprensión de la raíz de la pobreza como cualquier otra cosa diferente a la estructura económica es, sin duda, hacerse pendejo.

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