domingo, 10 de febrero de 2013

El paisa

vía @Serxiuxo

Irascible me mantuvo un encabezado de contenido cada vez más recurrente, el tema migratorio. Resulta ahora, como si tuvieran que darnos cifras y estadísticas para entender que, pues el problema y contexto del mismo vienen a su vez de un tema algo más complejo de digerir, aunque nos es casi invisible por la misma causa pero tampoco lo suficiente para escosarnos en un mar de reflexión histórica, la identidad del mexicano. Cito de otro artículo mío, el gran problema epistemológico en que se encuentra la historia misma mexicana para definir su propia mexicanidad y en encontrar su identidad. 

“Me es importante recordar el génesis de la mexicanidad, las gestaciones y los distintos abortos que ha tenido nuestra madre cultural, sus sesgos, el origen, sus rupturas, la incepción y otras cosas entre líneas no menos frívolas pero si complejas, incomodas en las que me fascina envolverme sin mérito ni objeto, solo por el simple gusto y paciencia de ejecutar mis enredos, solo porque puedo sin remedio. Paz y su “Laberinto” abrieron un debate retórico y de remembranza, sin más, ensayó con algún discurso sin elegancias, simple, sin ningún recuento histórico ni algún eje o corriente de crítica y análisis preciso pero con una cualidad innegable de dibujar entre páginas la cuestión de localizar, en caso posible a nuestra madre. Si, somos hijos de la Malinche, de Malintzin Tenepal, huérfana y cedida a los mayas como tributo mexica después de las guerras imperiales en el sureste mesoamericano; años después, luego de la conquista, se reencontraría con su progenitora y hermano ya cristianos y de nombres hispanos. Como esclava maya fue cedida nuevamente, ésta vez a los españoles junto a otras 19 mujeres después de la batalla de Centla. Se convertiría en traductora, asesora y amante de Cortés, advirtiendo y enseñando a su paso hacía la gran Tenochtitlan acerca de las hostilidades y dificultades de Mesoamérica, las costumbres y tradiciones nativas, la organización política y el poderío militar azteca. Evidente es el primer desenlace y ruptura de una relación materna de nuestra posible madre con la suya. Nuestra entonces posible bisabuela a la vista regaló y desterró de su patria a Malintzin y luego convergería en las novedades de la conquista, así es: la transculturación indígena a través del cristianismo que llevasen los frailes franciscanos, no solo por medio de la doctrina al interior del seno materno, sino también mediante el idioma ibérico. 

Partiendo de aquí, hablemos pues de la patria. Del concepto de ella, no de su figura. Un término latino de entendimiento de la época del emperador romano Augusto que refiere al sentido físico y político pero también ideológico –y sobre todo- de una persona con su tierra, natal o no. Tierra paterna pues al español. De aquí consideraríamos sutil el saber que Malintzin no vendió patria alguna, al menos no la mexicana, dado que México sería forjado y formado a través de la transculturación y el mestizaje muchos siglos después, dada por la gracia de los virreyes y finalmente, luego de la crisis del capitalismo mercantil mundial y la necesidad y efervescencia de la revolución ilustrada de occidente, la formación de un Estado, sí México. Entonces México no habría nacido aun de nuestra madre, no cuando Cortés aprovecharía la disolución y fragilidad política del imperio azteca, su desorden, su decadencia y claro, la antagónica e inamistosa relación de dos pueblos en combate, el de su amada, nuestra madre -mi madre- y el gran imperio militarista del centro del valle de Tenochtitlan.

Que inútil y desentendido, solitario y absurdo entonces es el termino malinchista, de carácter peyorativo y resentido, de los que no tienen madre pues. Sí, sabiendo que nuestra madre –la cultural, aclaro e insisto- a través de la historia y producto de ella ha sido olvidada. Hay dos ejes sociales fundamentales ya mencionados de transculturación indígena: la religión y el idioma hispano. Se les deben a los españoles la imagen por ejemplo de una virgen, de los santos, de los bautizos y quince años, del Español. Sabiendo pues que el recurrente y estéril termino de malinchismo fracasa y muere al mismo instante durante el análisis que merodea al concepto de identidad social, si ya se imaginan, esa relación ambigua que formamos los seres humanos a través de un proceso complicadísimo de formación del “yo” y el “otro generalizado”, es decir, nuestro contexto y entorno, nuestra patria por ejemplo. Esa cualidad inerte –involuntaria- de interiorizar los elementos culturales que nos rodean y distinguirnos de los otros semejantes, retroalimentándonos de ellos y entretejer una identidad personal y social que en conjunto forma la estructura social, si, la suma de las relaciones sociales materiales en cierta fase. Sobre tal y determinada por estas relaciones, descansa un edificio social complejo, abstracto, inmaterial. Esa forma en la que percibimos, interiorizamos y conceptualizamos las figuras políticas y jurídicas, Quizás la manera en la que nos observamos a nosotros mismos, nuestro entender: nuestra realidad. 

Que poca madre del malinchismo en contexto. Entonces queda absuelta nuestra madre Malintzin de traición a la patria, de traición a México y las ideas retóricas y líricas sobre el mismo asunto. México no existía y es más, le debemos a los españoles, al régimen absoluto español nuestra modernización, la transformación del modo de producción esclavista de las civilizaciones mesoamericanas en el modo de producción feudal, que siglos después, cuatro para precisar, provocaría una escuálida y retrograda, así como antimodernista revolución mexicana zapatista, maderista, carrancista, que se yo. Voy a detenerme en defensa de mi madre un instante. La misma restauración del estado mexicano, es decir, la reestructuración de la república federal, la modernización vaya, ha dejado atrás oficialmente el rescate de nuestras tradiciones de aquel génesis mesoamericano. Durante el gobierno de Juárez quedaron algunas pequeñas pero no breves manchas detrás de la imagen del benemérito. Recapitulando en Luis González su crítica hacia la república restaurada, mencionemos pues, que dicho personaje, presentación de los billetes de veinte pesos cuya patria radica en Oaxaca, alcanzó a comprender durante su mandato algo peculiar, algo que de raíz entendía y sentía mejor que algunos y muchos de su gabinete del partido liberal. Él, proveniente de una comunidad rural en el sureste, reconoció la trágica y antagónica relación de las tradiciones y costumbres indígenas y la formación de un nuevo estado. Así es, comprendió la incoherencia del discurso patriótico moderno y la conservación del indigenismo. En palabras sabias de Luis Gonzales otra vez, Juárez “mataría dos pájaros de un tiro”, catalizó la transculturación indígena por no encajar en sus planes de proyecto nacional y agilizó así la formación del nuevo régimen, otra vez –insisto- mediante dos ejes fundamentales de la modernidad: el cristianismo y el idioma. Los indios no encajaban en la nueva república.” 

Me encuentro esto como primer parámetro posible para calcular los alcances y residuos que ha tenido la formación histórica de la identidad del mexicano y esta como la más probable constante de la causa de su intermitencia. ¿Será así que, el ya definido hecho social de migración, responde a parámetros históricos, complejos pero básicos, de la reestructuración y desarrollo del Estado moderno mexicano y sus consecuencias socioeconómicas y políticas? Quizás, pues el mexicano que emigra a Estados Unidos es allá un extraño, un extranjero con ambientes muy vagamente conocidos, deshabituado y de mexicanidad superflua y flotante que no se mezcla con el nuevo mundo norteamericano, “flota pero no se opone, se balancea, impulsada por el viento, a veces desgarrada como una nube, otras erguida como un cohete que asciende” cito a Paz, de nuevo en su “Laberinto”. Así, el huérfano mexicano y desterrado de su propia historia y origen que ha venido encontrando consuelo en algunas madres sustitutas, por ejemplo en la Virgen de Guadalupe o en la Madre Norteamericana rígida y estricta como el acero mismo occidental, ortodoxa y estéticamente definida, ha formado algunas bases sólidas de mexicanidad en el seno materno extranjero que no termina por cobijarlo demasiado, no se fusiona, más bien parece resistir a las delicias y encantos de la modernidad americana, de su sueño y de una dualidad siniestra, pasiva pero desdeñosa, inquieta e impenetrable en la imagen de los ciudadanos norteamericanos. El mexicano pues, resulta no ser de allá ni de acá, ni de aquí. Se consumó al indio, no es español tampoco y en esa carrera incesable en busca de su filiación, negándose del indigenismo e hispanismo, en plena orfandad se construye ahora a cantaros como “paisano”, entendiendo previamente que nuestras diferencias con el vecino del norte no son sólo cuestiones económicas, sino más bien de realismo; pues, percibir, concebir y vivir dentro de una realidad distinta. 

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